De un tiempo para acá, aquella emplumada y sutil
existencia de extraordinario valor y dulzura, presentó síntomas de
padecer de algún conflicto biológico que mi intuición interpretó
como la consecuencia de habitar en un territorio equivocado. Pensando
en eso, comencé una campaña por crear un nuevo hábitat al
periquín.
Las ocupaciones y falta de tiempo me llevaron a
postergar el proyecto y ejecutarlo en tiempos prolongados, llegando
el día que estando todo alistado en un 90%, Le Perí amaneció
enfermo. Respiraba y comía con dificultad, se sentía débil y
expresando una biología en decadencia.
A vísperas de completar
su nuevo hábitat, y con algo de tiempo para dedicar a Periquinguis,
decidí hacer algo que no suelo considerar: visitar al médico.
Encontré un médico veterinario especialista en aves ornamentales y
más específicamente en pericos australianos. Lo revisó y su
diagnóstico fue: soplo cardíaco. Dijo que estaba en un estadio muy
avanzado, le aplicó una inyección para reanimarlo y recetó unos
complementos con aminoácidos.
Que triste agonía, y qué
despedida digna de Le Perí, cuando en su último día de estadía en
esta tierra, estuvo cariñoso y amistoso con aquellas manos que tanto
terror le generaba; como nunca antes, disfrutaba de mis caricias,
subía y baja de mis manos como si fueran su última esperanza, pero
se sentía más como un: gracias por todo, déjame disfrutar por
primera y última vez lo que significa estar en tus manos.
Le Perí dejo este mundo
dejándome una última lección de vida, y un sentimiento de
impotencia insoportable, porque aunque siempre tuve buenas
intenciones y lo amé cada día que conviví con él, pude haber
actuado más a tiempo para solucionarle sus conflictos biológicos y
evitarle un final prematuro para lo que pudo haber sido. Aquí es
donde surge la primera enseñanza: no dejes para después algo que
puedes hacer hoy por un ser querido. También aprendí el valor de la
humildad con dignidad, el valor del respeto por la vida y la
integridad física, psíquica y el derecho a desarrollar y permitir
el desarrollo de la personalidad de otros, así sea diferente y
contraria a lo que queremos.
También entendí que
aunque la muerte no tiene solución conocida en el momento del
suceso, no quiere decir que no se pueda influenciar y modificar; las
acciones propias y que hagamos por otros, pueden adelantar o atrasar
el día de su muerte; pero además pueden mejorar o empeorar las
condiciones en que este suceso se da. En ese sentido, puedo decir que
la muerte sí tiene cura, es decir, como no es una enfermedad, por lo
menos tiene formas de alterarse cuando se cuenta con la suficiente
anticipación y consciencia para hacerlo.
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