jueves, 26 de abril de 2012

Le perí - orígenes (Parte 1)


¿Cuántas veces he intentado que la persona que me gusta encaje dentro de los parámetros que yo quiero?

¿Cuántas veces he descartado o dejado pasar a una persona valiosa porque no es como yo quiero que sea?

En una tarde húmeda, nublada y fría de un año naciente, estaba yo embebido en un dispositivo electrónico analizando unas ondas de radiofrecuencia que jugueteaban por el aire a mi alrededor, en un parque entristecido por la constante deforestación que, los todavía monos, le ocasionan al paisaje con motivo de comodidad artificial. De repente, la risa juguetona traviesa de un par de impúberes llamó mi atención, porque en medio de mis pensamientos técnicos sobre la radiofrecuencia circundante presentía que aquellos preadolescentes manipulaban algo muy divertido.

Llevado por la curiosidad, cuando miré hacia ellos descubrí que el instrumento de divertimiento era una bolita verde emplumada que giraba por los aires y rodaba por los suelos, en un ciclo de interminable diversión para los partícipes del juego. Pero era una bolita peculiar porque cada vez que uno de los participantes la tomaba con sus manos, se producía una queja acompañada de risa que versaba: “¡Bueno, pero sin picarme!”. Cuando escuché esas palabras yo me pregunté: “¿A caso esa bola pica?”. Ahí fue cuando presté mayor atención a la escena que sucedía a pocos metros de mí, y descubrí que aquella suave y emplumada bolita contenía un aliento desesperado de vida.

Sentí una punzada en mi corazón, pero en seguida pensé: no debo meterme en donde (ellos creen que) no me importa. Entonces volví mi atención a aquellas radiofrecuencias dibujadas en mi pantalla táctil que me indicaban el éxito o fracaso de un experimento que estaba realizando para mi trabajo. Sin embargo mi concentración ya no podía ser la misma, cada onda senosoidal verde me dibujaba una pluma en mi mente; cada sonido “beep” de mi dispositivo que sonaba al tenor de la potencia de las ondas que flotaban a 2.4GHz me trasladaba a una escena imaginaria de un electrocardiograma marcando los últimos suspiros vitales de una bolita verde emplumada. Cada grito de euforia impúber, inmadura y sádica se clavaba en mi mente como un pico de voltaje de esos que terminan quemando los electrodomésticos en una tarde de tormenta.

En medio de mi tormenta emocional mezclada con “debo concentrarme e ignorar”, vi cómo aquellos infantes dejaban la bola viviente emplumada en el tronco de un árbol para luego desaparecer de la escena. Yo pensé: por fin hay paz y libertad para esa vida sutil en decadencia. Pero no pasaron treinta segundos cuando aquel suspiro de vida se rodó por el tronco encorvado de aquel árbol, convirtiéndose en una real bolita verde emplumada. Una vez aterrizado, aquel animalito atortolado, descendiente de las paraves (ver wikipedia ^_^) no pudo hacer otra cosa diferente a temblar y retraerse en su propia desgracia.

Los sujetos que no superaban los trece años salieron a ritmo de trote con una jaula pequeña y vacía en sus manos, con actitud de satisfacción, como quien se deshace de la basura o de un juguete que ya no tiene gracia. Mi corazón no pudo soportar la humillación y el desprecio por la vida y me acerqué a aquel ser tembloroso emplumado. Era un periquito australiano sumido en la tristeza, el temor, la castración psicológica y la impotencia ante una raza de todavía monos. Pero esta vez, no era un mono cualquiera el que había fijado su atención en esa vida en cuerda floja, esta vez era un mono lleno de amor y respeto por la vida.

¿Y qué habría pasado si un gato o un perro lo hubiese visto primero que yo?

Con mis dos manos extendidas, como aquel sediento que recoge agua en un manantial cristalino, tomé la anatomía existencial del periquito al borde de la temblorosa hipotermia, y me lo llevé a mi morada. El momento no podía ser menos dramático y triste cuando en ese instante el periquito, que más adelante lo bautizaría Periquinguis, se agarró de uno de mis dedos con una fuerza descomunal y comenzó a picarme la mano con fuerza y determinación; no sabía qué me producía más dolor, si la fuerza que tenía en las garras, o el aguijonazo que sentía con su fuerza en el pico, o la imagen de un animalito tan indefenso utilizando sus últimas energías para defenderse de un monstruo aterrador.

Una vez en mis aposentos, el perico seguía tembloroso y retraído. A pesar de lo inesperado, por casualidad encontré una pequeña jaula en donde mi nuevo huésped podría pasar la noche.

¿Y qué tiene que ver las preguntas iniciales con la historia del perico? ¿Cómo se relaciona la aparición del perico con la manera en que podemos ver las relaciones afectivas? ¿De qué manera se conecta esta historia con la posibilidad de encontrar una pareja estable que me dure toda la vida?

Las cosas muchas veces suceden sospechosamente planeadas. Y así no estén realmente planeadas, los aprendizajes que podemos sacar de lo que nos pasa puede llegar a transformar nuestra existencia. Hay una profunda relación que descubrí que me ha llevado a sentarme a escribir estas palabras. Pero la respuesta a estas preguntas las trataré en la segunda parte de esta historia que publicaré a continuación.

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